Nos vinieron a visitar mi hermana y mis sobrinos desde la Ciudad de México. El primer día que nos vimos, mi esposa les llevó unos cuadros para raspar y unos marcos de madera para pintar. Al día siguiente, nos pusimos a pintar mándalas y portarretratos. Los íbamos a decorar con peletería y figurines de plástico.

Cuando mi sobrina terminó el suyo, estaba feliz con el resultado. Pero al mostrárselo a su abuela, ella le comentó que tal vez se vería mejor sin los figurines, solo con la pintura. Después de esa opinión, su expresión cambió. Ya no estaba tan contenta con lo que había hecho.

Mi esposa notó el cambio de inmediato. Sin dudarlo, pensó en una solución: se podían quitar los adornos, lijar el marco y volver a pintarlo desde cero. Así lo hicieron. Y en esta segunda versión, mi sobrina creó una obra aún más bonita. Esta vez, estaba feliz de verdad.

Le dijimos que equivocarse es parte del proceso de aprender, que muchas veces los mejores resultados vienen después de intentarlo de nuevo. Ella no solo lo entendió con palabras, sino que lo vivió en carne propia. Y eso me conmovió, porque estoy seguro de que esta experiencia le servirá para toda la vida.

Pero lo que más me sorprendió fue la sincronicidad detrás de todo esto. Ese momento no habría sido posible sin el material que mi esposa había guardado por tanto tiempo: cuadros con zonas enumeradas para pintar con acrílico según el número y el color, figurines de plástico, cuentas, detalles pequeños que había comprado desde China con la idea de experimentar. Por mucho tiempo los había ido coleccionando, aunque yo sinceramente lo criticaba. No le encontraba sentido a tener tantas cosas guardadas.

Y sin embargo, ese día todo cobró sentido. Aquello que parecía innecesario fue lo que permitió que ocurriera una vivencia tan significativa.

También comprendí algo importante: el dejar ser. Al respetar los gustos y la visión de mi esposa, pude presenciar algo hermoso. Me di cuenta de que incluso lo material, cuando es usado con intención y amor, puede convertirse en un vehículo para que el alma aprenda.

A veces no vemos las cosas como realmente son.
Y solo bajo ciertas condiciones —como el respeto, la apertura o el asombro— podemos descubrir su verdadera belleza.

Fuimos a la playa, mi esposa y yo. Hacía frío, algo raro para ser abril. Caminamos un rato buscando un par de sillas vacías, alejadas de otras personas, donde pudiéramos sentarnos tranquilos.
Me acomodé con mi libro Un millón de pensamientos, mientras ella fue al mar a sentir la temperatura del agua. El mar estaba a unos veinte metros. Se quedó allá un buen rato. Yo avancé algunas páginas. Sentía una serenidad y paz palpables, disfrutando de la arena entre mis pies y la brisa marina. Tenía una toalla que usaba como cobertor, ya que le había prestado mi suéter a mi esposa. No podía pedir más… tal vez un latte.
Justo al terminar un capítulo que hablaba sobre los beneficios de la soledad, se acercó un señor que recogía latas.
Me preguntó si yo era alguien —dijo un nombre que no entendí— y luego aclaró si era alguien que leía libros. Extrañado, porque no me había percatado de su presencia, le respondí que sí. Me preguntó de qué trataba el libro. Me sentí desorientado, ya que, a pesar de haberlo leído, no estaba preparado para hacer un resumen. Le conté brevemente: trataba sobre un yogui que recomienda la meditación, sus diferentes tipos… y que el autor también hablaba sobre la soledad.
En cuanto escuchó eso, se identificó de inmediato. Me contó que él se sentía así. Su esposa lo había dejado hacía tres meses y se había llevado a sus hijos. Había intentado suicidarse dos veces por ahorcamiento. En una de esas ocasiones, justo antes de hacerlo, un amigo suyo de Oaxaca llegó a visitarlo y le tocó la puerta. Le dije que seguramente Dios se lo había mandado. Él asintió con la cabeza, con un “tal vez”. Pienso que no lo había considerado del todo.
La conversación fluyó durante un rato. En un momento de pausa, le pregunté cómo se sentía con todo eso que me había contado. Me respondió, algo molesto, que eso ya me lo había dicho. Le aclaré que me refería a cómo se sentía emocionalmente: si estaba enojado, triste, perdido. Me miró y empezó a abrirse más.
Me contó que unos meses antes se había roto la pierna derecha y tuvo que quedarse en casa sin poder trabajar. Su esposa fue quien sostuvo todo. Muchos le dijeron que tuviera cuidado, que ella podría buscar a alguien más. Con el tiempo, notó que ella se alejaba. Cuando él intentaba acercarse, ella lo rechazaba. Decía que los libros no mentían: si una mujer te rechaza cuando te acercas, es porque ya hay otro.
Para ese momento, ya había regresado mi esposa. Algo extrañada, pero se integró a la conversación.
Él le marcaba por teléfono y ella le contestaba con frialdad. Le decía que seguía ahí solo por lo económico, que solo estaba esperando el momento para irse. Él le respondía, afligido, por qué era grosera con él.
Comentó que tenía amistades que lo querían y que se preocupaban por él. A pesar de que subestimaba lo que estaba haciendo, con un gesto de rendición en los brazos comentó que prefería eso antes que acabar en la cárcel por robo.
En ese momento, se le enrojecieron los ojos y una lágrima logró emerger. Yo también sentía un nudo en la garganta. Quise abrazarlo, pero dudé. Me dio miedo… no de él, sino de su energía, de lo que representaba. Yo también venía del alcoholismo, y temía cargar algo que me hiciera regresar. Así que me limité a escucharlo. Pero por dentro, también estaba llorando.
Él fue quien cerró la conversación. Dijo que se iba, que pronto los vendedores lo acusarían de estarme molestando. Se fue caminando, y lo vimos a lo lejos, agachado, recogiendo latas. Me quedé pensando en la imagen: como si estuviera levantando los pedazos de sí mismo. Sus fragmentos.
A pesar de hablar de sí mismo con muy poca autoestima, yo solo me limité a escucharlo. Creo que la manera de empezar a experimentar una mejora es aceptar nuestra realidad temporal e inconsciente con la que cargamos. A veces, es suficiente con escuchar. Plenamente.

Hoy reconozco que he estado cargando más de lo que me corresponde.
Cosas físicas, emocionales, familiares, materiales, internas.
Y también reconozco que ya no quiero seguir viviendo así.

No quiero seguir resolviendo todo solo.
No quiero seguir posponiéndome.
No quiero seguir cargando lo que no es mío.


Hoy decido soltar:

  • Las cosas que no son mías. Las dejo donde están, sin culpa, sin obligación.

  • Las historias, lugares o roles que me definieron, pero que hoy me limitan. Tengo derecho a buscar mi espacio propio, aunque aún no sepa dónde está.

  • Los objetos que no he usado o que ya no me sirven. No me definen. No soy mis objetos.

  • La idea de que entre más cosas tenga, más valgo. Hoy elijo lo simple.

  • La carga de ser fuerte todo el tiempo. Me permito estar cansado. Me permito llorar. Me permito sentir.

  • La expectativa de tenerlo todo resuelto ya. Estoy en proceso. Estoy creciendo.


Y elijo volver a mí:

  • A mi deseo de libertad, ligereza y conexión real.

  • A mi cuerpo, que necesita descanso, alimento, movimiento, cuidado.

  • A mi alma, que busca sentido, no sólo productividad.

  • A mi verdad: que puedo crear algo nuevo, desde lo pequeño, desde lo honesto.

  • A mi voz: que se expresa, que pide ayuda, que también puede decir “esto no lo puedo cargar más”.

  • A mi fe, aunque a veces se sienta lejana. A mi camino, aunque aún no vea el final.


Mi vida no se define por lo que cargo, sino por lo que elijo liberar.
Y hoy, elijo empezar a soltar.
Aunque sea poco. Aunque sea simbólico. Aunque me dé miedo.

Yo soy el espacio desde el cual nace una nueva realidad.

El otro día, después del trabajo, salí para hacer varios mandados. Tenía que ir por la ropa a la lavandería, ya que mi lavadora se había descompuesto. Mi coche estaba en reparación, por lo que tenía que llevar una pieza al mecánico y pasar por víveres.De regreso, llevaba varias bolsas pesadas en las manos. Ya estaba oscureciendo. Había pedido la parada a un camión, pero siguió de largo. No pasaba ningún taxi, y pensé que podía caminar, ya que no estaba tan lejos de donde vivo. Pero, a la mitad del camino, empecé a quedarme sin fuerza.

Las bolsas del mandado y la ropa estaban pasando factura. Se sentían cada vez más pesadas. Los brazos me dolían.

Y ahí, en medio del cansancio, del silencio, del peso físico y emocional, surgió un pensamiento que me atravesó:

Yo estoy creando esta realidad.
Vaya realidad la que estoy creando…

Y de pronto lo entendí:
Así me siento en la vida. Me pesa.

Y me di cuenta de algo:
Tenía opciones antes de empezar a caminar, pero no las vi.
¿Qué opciones no estoy viendo en mi vida?

No quise pedir ayuda a mitad del camino, a pesar de que me pesaba, porque “ya casi llegaba”. Pensé en lo absurdo que era estar cargando tanto solo por “ahorrar tiempo”, por sentir que “avanzo”, por ahorrar unas monedas o porque “ya casi llegaba”.

Pongo mi bienestar como último recurso.
Todo lo he venido cargando sin darme cuenta.

¿Y si, en lugar de ser más rápido, más fuerte…
solo necesito estar más presente?

A veces estamos tan acostumbrados a resolver, a aguantar, a funcionar… que dejamos de ver que también podríamos pedir ayuda, soltar, cambiar de ruta, elegirnos a nosotros.


🌀 Si tú también te sientes así… te dejo esta pregunta:

  • ¿Estoy viendo mis opciones? ¿Qué opciones tengo?
  • ¿Qué estás cargando que ya podrías soltar?
  • ¿Qué podrías elegir distinto, aunque sea un poco?
  • ¿Cuál situación es tu “ya casi”?

Tips para Manejar el Enojo Reactivo y Conectar con tu Yo Verdadero

Te comparto algunas reflexiones y herramientas que han sido clave durante mi despertar espiritual y que me han ayudado a trabajar con las emociones reactivas, especialmente el enojo.


El Enojo: Una Puerta Hacia el Autoconocimiento

El enojo, en sí mismo, no es un sentimiento que nos aleje de nuestra esencia, de nuestro yo verdadero o alma. Lo que realmente nos desconecta es la ira descontrolada: ese enojo reactivo que no sabemos manejar. Es el estallido hacia alguien, algo o incluso hacia nosotros mismos. En otros casos, el enojo se guarda, creyendo que desaparecerá por arte de magia, pero en realidad se acumula. Esto genera sentimientos como el resentimiento, la venganza o la victimización, que nos alejan aún más de nuestra paz interna.

Reprimir el enojo o ignorarlo tiene consecuencias profundas. Este alejamiento de nuestro ser verdadero puede intensificar el dolor emocional y, en algunos casos, manifestarse en forma de enfermedades o eventos negativos en nuestra vida. Reconocer y manejar el enojo de manera saludable es clave para evitar estas consecuencias.


¿Por qué nos enojamos?

El enojo reactivo es una respuesta a un dolor interno. En la mayoría de los casos, este dolor tiene raíces en experiencias de nuestra infancia. Cuando éramos pequeños, tal vez no teníamos las herramientas para manejar ciertas situaciones que nos marcaron profundamente.

Algunas posibles causas incluyen:

  • Falta de límites sanos en nuestra crianza.
  • Necesidades emocionales no satisfechas.
  • Falta de libertad para expresarnos.
  • Experiencias de abuso o inestabilidad emocional en el entorno familiar.
  • Una infancia donde no se pudo disfrutar plenamente.

Estos motivos son variados y únicos para cada persona. El enojo es un indicador de que algo necesita ser visto y sentido. Es una invitación a explorar, con compasión, las heridas que aún llevamos.


¿Cómo trabajar el enojo y reconectar con nuestro ser?

1. Establece una mentalidad compasiva

La clave está en aceptar lo que surge sin juzgar ni racionalizar. Aceptar nuestras emociones con amor y paciencia nos permite reconocerlas, procesarlas y, finalmente, transformarlas.

2. Vive en el presente

La respiración consciente es una herramienta poderosa para permanecer en el aquí y ahora. Al prestar atención a tu inhalación y exhalación, puedes sentir cómo el aire entra por tus fosas nasales, expandiendo primero el abdomen y luego el pecho. Al exhalar, el aire sale suavemente, contrayendo primero el abdomen y luego el pecho.

Haz que tu respiración sea profunda, suave y silenciosa. Este acto no solo te conecta con el presente, sino que también puede vincularte con lo divino. En muchas tradiciones espirituales, como el mindfulness y la meditación , la respiración es considerada un canal directo hacia lo sagrado. Incluso, algunas interpretaciones sugieren que el nombre de Dios, YHWH, evoca los sonidos del aliento.

“Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente.”
(Génesis 2:7)


3. Conviértete en el observador de tus pensamientos

La escritura es una herramienta eficaz para reconocer y procesar el enojo. Tómate un momento para escribir lo que te enojó, detallando el evento, los sentimientos y pensamientos asociados. No juzgues lo que escribas; permite que sea un espacio seguro de expresión sin dualidad (ni “bueno” ni “malo”).

A continuación:

  • Recuerda algún evento de tu infancia que evoque sentimientos similares. Detalla lo ocurrido, enfocándote en las emociones que surgieron. Si sientes que emerge alguna emoción, permite sentirla plenamente.

No somos nuestros pensamientos; somos los observadores.


4. Medita

La meditación te ayuda a entrenar tu mente, practicar la observación de tus pensamientos y enfrentar tus miedos. Al meditar, puedes conectar con tu yo verdadero, alejándote de las reacciones automáticas y acercándote a un estado de paz y claridad.


5. Ora

La oración es una poderosa herramienta para pedir claridad y guía en momentos de confusión o dolor. Es un acto de entrega que te conecta con lo divino y fortalece tu fe en el proceso de sanación.

 

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
(Mateo 7:7-8)

 


Todo sentimiento debe ser sentido

El enojo no es tu enemigo; es un maestro que te invita a mirar hacia adentro. Reconocerlo, sentirlo y procesarlo con amor es un paso hacia la sanación y el autoconocimiento. Que estas herramientas te ayuden a vivir en mayor armonía contigo mismo y con quienes te rodean. 💫

Un simple “Dame un momento, estoy enojado” puede ser un gran paso para reconocer el dolor subyacente que se refleja en tu reacción.