El arte de volver a empezar
Nos vinieron a visitar mi hermana y mis sobrinos desde la Ciudad de México. El primer día que nos vimos, mi esposa les llevó unos cuadros para raspar y unos marcos de madera para pintar. Al día siguiente, nos pusimos a pintar mándalas y portarretratos. Los íbamos a decorar con peletería y figurines de plástico.
Cuando mi sobrina terminó el suyo, estaba feliz con el resultado. Pero al mostrárselo a su abuela, ella le comentó que tal vez se vería mejor sin los figurines, solo con la pintura. Después de esa opinión, su expresión cambió. Ya no estaba tan contenta con lo que había hecho.
Mi esposa notó el cambio de inmediato. Sin dudarlo, pensó en una solución: se podían quitar los adornos, lijar el marco y volver a pintarlo desde cero. Así lo hicieron. Y en esta segunda versión, mi sobrina creó una obra aún más bonita. Esta vez, estaba feliz de verdad.
Le dijimos que equivocarse es parte del proceso de aprender, que muchas veces los mejores resultados vienen después de intentarlo de nuevo. Ella no solo lo entendió con palabras, sino que lo vivió en carne propia. Y eso me conmovió, porque estoy seguro de que esta experiencia le servirá para toda la vida.
Pero lo que más me sorprendió fue la sincronicidad detrás de todo esto. Ese momento no habría sido posible sin el material que mi esposa había guardado por tanto tiempo: cuadros con zonas enumeradas para pintar con acrílico según el número y el color, figurines de plástico, cuentas, detalles pequeños que había comprado desde China con la idea de experimentar. Por mucho tiempo los había ido coleccionando, aunque yo sinceramente lo criticaba. No le encontraba sentido a tener tantas cosas guardadas.
Y sin embargo, ese día todo cobró sentido. Aquello que parecía innecesario fue lo que permitió que ocurriera una vivencia tan significativa.
También comprendí algo importante: el dejar ser. Al respetar los gustos y la visión de mi esposa, pude presenciar algo hermoso. Me di cuenta de que incluso lo material, cuando es usado con intención y amor, puede convertirse en un vehículo para que el alma aprenda.
A veces no vemos las cosas como realmente son.
Y solo bajo ciertas condiciones —como el respeto, la apertura o el asombro— podemos descubrir su verdadera belleza.
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